martes, 12 de noviembre de 2013

Cambio de contenidos

He dejado de mandar automáticamente las notas de bienvenidosalafiesta a este blog.

Lo he hecho porque, para quien desee leer las notas en teléfono o en tableta, y también compartirlas en más sitios de los que permite la página, un buen sistema es el de las revistas en Flipboard que he ido abriendo mensualmente: bienvenidosalafiesta 1307, bienvenidosalafiesta 1308, bienvenidosalafiesta 1309, bienvenidosalafiesta 1310, y la última, bienvenidosalafiesta 1311 y 1312, en la que están las notas que van apareciendo en noviembre, y a la que iré incorporando las próximas, de este mes y de diciembre.

Otra revista en Flipboard, con artículos variados que voy incorporando según los encuentro es hablando de lij.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Imposible de plagiar

Es sabido que Borges era irónico, tal vez demasiado en ocasiones. Aquí, unos ejemplos:

—Hablando de un tipo, «un escritor borroso», que se queja de que otra escritora lo plagia, dice: «En realidad no se lo puede plagiar, porque inmediatamente después de leerlo uno lo olvida. Habría que transcribirlo».

—Un día le dicen que está en Buenos Aires otro escritor y comenta: «Como en Buenos Aires hay varios millones de personas nos queda la esperanza de no encontrarlo».

—Mallea le dijo a Borges: «Yo no firmo manifiestos colectivos». Comentario de Borges: «¿Qué otros hay?». Mallea insistió: «Yo no firmo lo que escriben otros». Comentario de Borges: «Qué lástima».

—Borges: «¿La penúltima puerta? Qué buen título. Mallea tiene una notable capacidad para elegir buenos títulos. Es una lástima que se obstine en añadirles libros».

Adolfo Bioy Casares. Borges (2006). Barcelona: Destino, 2006; 1663 pp.; col. Imago Mundi; edición al cargo de Daniel Martino; ISBN: 978-9507320859.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Figuras decisivas

Hace años leí Pedro el Grande, una biografía de Robert K. Massie que me pareció extraordinaria. Los recuerdos que me quedaron no eran tanto los de la vida del zar o los del panorama político y militar de la época, sino los de la presentación que Massie hacía de la vida en Rusia y de los modos de ser, pensar y actuar de la gente. Gracias a ese recuerdo decidí leer Catalina la Grande, otra larga biografía firmada por Massie, sobre la que fue mujer del nieto de Pedro el Grande y, después, emperatriz de Rusia durante 34 años, hasta 1796. La narración es excelente y, además de cumplir las expectativas del título —retratar a la mujer— también sumerge al lector en los acontecimientos y en los ambientes cortesanos de la época, pero tal vez no tanto (como a mí me gustaría) en los mundos de los muchos oprimidos y damnificados por los poderosos del momento. Entiendo que no es lógico acercarse a los comportamientos de entonces con criterios de hoy, cosa que no hace el autor, pero tal vez no está de más señalar que calificar algunas acciones o logros políticos de aquel momento de «éxitos» o «triunfos» deja un extraño sabor de boca: éxitos para quién, éxitos a costa de qué o de cuántas vidas humanas...

Al final de su libro, el autor hace un paralelismo entre las figuras y los logros de Pedro el Grande y de Catalina: esta «fue una figura majestuosa en la era de la monarquía. La única mujer que se igualó con ella en un trono europeo fue Isabel I de Inglaterra. En la historia de Rusia, ella y Pedro el Grande destacaron en capacidad y éxitos por encima de los otros catorce zares y emperatrices de los trescientos años de dinastía Romanov. Catalina recogió el legado de Pedro y lo engrandeció. Pedro le dio a Rusia una “ventana hacia Occidente” en la costa del Báltico, edificando allí una ciudad que convirtió en su capital. Catalina abrió otra ventana, esta vez en el mar Negro; Sebastopol y Odessa fueron sus joyas. Pedro importó tecnología e instituciones gubernamentales a Rusia; Catalina trajo de Europa la filosofía moral, política y jurídica, además de literatura, arte, arquitectura, escultura, medicina y educación. Pedro creó una flota naval rusa y organizó un ejército que derrotó a uno de los mejores soldados europeos; Catalina preparó la mayor galería de arte europeo en Europa, los mejores hospitales, colegios y orfanatos. Pedro afeitó las barbas y acortó las largas túnicas de sus principales nobles; Catalina los convenció para que se vacunasen contra la viruela. Pedro hizo de Rusia una gran potencia; Catalina magnificó su poder y llevó a su país a una situación cultural que, durante el siglo venidero, dio artistas de la talla de Derzhavin, Pushkin, Lermontov, Gógol, Dostoievski, Tolstoi, Turgéniev, Chéjov, Borodin, Rimski-Kórsakov, Mussorgsky, Glinka, Tchaikovski, Stravinski, Petipa y Diaghilev, entre otros. Estos artistas y su obra fueron parte del legado de Catalina a Rusia».

Robert K. Massie. Catalina la Grande. Retrato de una mujer (Catherine the Great: portrait of a woman, 2011). Barcelona: Crítica, 2012; 794 pp.; trad. de Cecilia Belza; ISBN: 978-84-9892-414-5.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Mirar en los rincones

El silencio del héroe es una antología de los artículos deportivos del escritor norteamericano Gay Talese, algunos ya recogidos en recopilaciones anteriores. El libro está dividido en seis bloques (aunque uno sólo contiene un texto sobre Mohamed Ali) prologados por el antólogo, Michael Rosenwald, y titulados: «El deporte según Gay», «El bateador .200», «El perdedor», «Historias con nombres auténticos», «El más grande», «Prórroga». Predominan los dedicados al boxeo. Un buen comentario de Rosenwald es el de que lo que Talese hacía en sus textos «era, simplemente, mirar donde los demás reporteros no miraban: en los rincones, en las sombras» pues, en efecto, algunos se fijan en lo que nadie se fija: en un árbitro de boxeo que ha elegido ser un solitario, en el cronometrador de los combates del Madison Square Garden, en un médico que estudia los comportamientos de los deportistas, etc.

Uno magnífico es «Un hombre receloso en el rincón del campeón», escrito en el New York Times en 1962. En él retrata a Cus D’Amato, el manager del boxeador Floyd Patterson. Cuando habla de su juventud en el ejército dice que, «para que la muerte no fuera algo que temer, sino algo bienvenido, D’Amato procuraba que su vida fuera lo más deprimente posible. Se afeitaba sólo con agua fría. Dormía en el suelo de los barracones. Se pasaba horas en posición de firmes». O que, cuando hablaba con boxeadores jóvenes, les decía: «el miedo es natural. Es normal. El miedo es tu amigo. Cuando un ciervo camina por el bosque, tiene miedo; es la manera que tiene la naturaleza de mantener al ciervo alerta, porque entre los árboles podría haber un tigre. Sin miedo no sobreviviríamos».

Pero tal vez el mejor sea el que titula el libro: «El silencio del héroe», publicado en Esquire en 1966. Es un artículo elegíaco sobre Joe DiMaggio, la gran leyenda del béisbol que cuando «anotó en cincuenta y seis partidos seguidos se convirtió en el hombre más querido de los Estados Unidos». El texto arranca cuando DiMaggio tiene 51 años y lleva una vida discreta, para luego recordar algunos momentos de su carrera. En uno de sus comentarios Rosenwald subraya un momento notable del artículo: cuando cuenta que DiMaggio llevaba ya un tiempo retirado pero, «durante una exhibición antes del partido del Día de los Veteranos en el Yankee Stadium, DiMaggio bateó un lanzamiento y lo mandó a los asientos de la zona izquierda del campo, y de repente miles de personas se pusieron en pie de un salto, como locos, gritando de alegría: el gran DiMaggio había vuelto; volvían a ser jóvenes; era ayer».

Gay Talese. El silencio del héroe (The Silent Season of a Hero, 2010). Madrid : Alfaguara, 2013; 348 pp.; trad. de Damià Alou; ISBN: 978-84-204-1460-7.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

A favor de la creatividad

Ya cité, tiempo atrás, El Elemento, de Ken Robinson. He leído ahora Encuentra tu Elemento, una continuación, también con buenas ideas y que añade «ejercicios» para el lector, lo que, al menos en mi opinión, estropea el libro, aunque así seguramente se venda más. En cualquier caso, no me pegaré por eso, y si a alguien le sirven pues mejor para él. Sea como sea, Robinson cuenta historias «inspiradoras», de las que ayudan a ver cómo hay gente que se abre camino y encuentra la forma de dedicarse a lo que de verdad le apasiona para llegar a vivir en su Elemento, como el pez en el agua.

Entre otras cosas el libro hace notar que «la mayoría de los sistemas educativos inhiben la creatividad» y el error del discurso convencional «que afirma que si estudias unas asignaturas en particular, te atienes al programa preestablecido y superas todos los exámenes, tu vida encajará perfectamente en su lugar». Aunque su objetivo sea otro, el libro sugiere que hay que apoyar la libertad de los planes y de los modelos educativos, sin tanto dirigismo y sin tanta imposición político-burocrática, idea con la que coincido.

Eso sí, al libro le sobra humo, es decir, comentarios del tipo «las investigaciones sugieren que un 40 por ciento de todo lo que afecta a tu grado real de felicidad es lo que escoges hacer y cómo decides pensar y sentir; en otras palabras, tu propia conducta»: ¿necesitamos que las investigaciones de alguien nos confirmen algo así? O como el poco afinado comentario de que «en El Elemento, citamos las siguientes líneas de Hamlet, de Shakespeare: “No hay nada bueno o malo; es el pensamiento el que lo convierte en tal”. Esto es fundamentalmente cierto»: ¿seguro?, ¿el pensamiento convierte a un bombardeo en bueno o en malo?

Ken Robinson. Encuentra tu Elemento. El camino para descubrir tu pasión y transformar tu vida (The Element: How Finding Your Passion Changes Everything, 2009). Con Lou Aronica. Barcelona: Conecta, 2013; 251 pp.; trad. de Ferran Alaminos Escoz; ISBN: 978-84-15431-60-2.

martes, 5 de noviembre de 2013

Temores de distinta clase

Otro álbum reciente sobre gatos, pero con un argumento mejor y más encanto que los citados ayer, es ¡Baja gata!, de Lucia Masciullo y Sonya Hartnett. Su protagonista es un niño llamado Nicolás, que siente temor y admiración por su gata, tan pequeña y tan valiente, cuando está fuera por la noche en medio de tantos monstruos que a él le asustan. Sin embargo, cuando llega la lluvia es la gata la que se asusta, por lo que Nicolás va en su busca y consigue traerla con él a su cama.

Las imágenes son afectuosas. A veces ocupan la doble página completa y a veces hay una ilustración en cada página. Hay frecuentes juegos de luces y sombras que sugieren bien el temor que sienten el niño o la gata; o, en la misma dirección, hay un primer plano de la gata, muy asustada, cuando estalla la lluvia. Es excelente la ilustración final del niño y la gata en la cama pero con el sueño del niño y el sueño de la gata, una en el extremo inferior izquierdo y otra en el superior derecho de la página. Y es excepcional, y muy poco frecuente, la forma en que termina el relato: la última frase cambia el punto de vista que ha mantenido durante todo el álbum la narración con palabras y nos hace darnos cuenta de algo que, seguramente, habíamos pasado por alto.

Lucia Masciullo. ¡Baja gata! (Came Down, Cat!, 2011). Texto de Sonya Hartnett. Madrid: Lata de sal, 2013; 31 pp.; trad. de Susana Collazo Rodríguez; ISBN: 978-84-941136-2-8.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Muchos gatos

La editorial Lata de Sal ha empezado una colección con protagonistas gatos: entre ellos están Amigos, de Michael Foreman, Caramba, de Marie-Louise Gay. Además, la editorial Ekaré ha publicado dos: Flix, de Tomi Ungerer y Tú y yo, de Maggie Maino.

El primero habla de una gran amistad entre gato y pez —como en El gato y el pez, de André Dahan—. Las ilustraciones son excelentes, como es de esperar en un autor como Foreman. La historia es bonita por lo que tiene de defensa de una amistad que vence todas las dificultades, algunas de forma muy ingeniosa.

El segundo está protagonizado por un gato llamado Caramba, preocupado porque, a diferencia de los demás gatos del mundo, dice la historia, no sabe volar. En secreto lo intenta pero no le sale hasta que, por accidente, ve que tiene otra gran habilidad que, según todo el mundo, estaba prohibida a los gatos. Las ilustraciones, apoyadas en dibujos un tanto desmañados, son eficaces. La historia es un elogio más de la diferencia y de cómo uno puede vencer las expectativas que otros tienen para él.

El tercero habla de una pareja de gatos, los señores Garra, que tienen un hijo perro, Flix. El álbum sigue la educación de Flix en dos ambientes muy distintos y así, nos dice la contracubierta, rompe «las barreras de discriminación entre perros y gatos». Por si fuera poco, en la universidad se enamora de una oveja… Las ilustraciones tienen la maestría que se espera de Ungerer, tan necesaria en un álbum de argumento disneyano tan forzado.

El cuarto no es tanto una historia sino una sucesión de dibujos en los que se ve la gran complicidad entre un gato y una mujer mayor que disfruta con él, imaginativamente, como una niña. En cada doble página se ve una escena de sus relaciones. Al principio la simpática abuelita hace calceta con el gato a sus pies pero luego corren juntos, saltan, suben, bajan, vuelan, caen…

Los tres primeros contienen unas historias de las que, como he dicho más veces, podemos creernos las moralejas sin necesidad de creernos la fábula (un problema que no se plantearán quienes están metidos de lleno en el mundo Disney, que ni siquiera se sorprenderán del uso de la palabra discriminación para designar la separación entre gatos y perros). El cuarto es para quienes sientan un entusiasmo loco por un gato y puedan sintonizar con la protagonista (más que con el gato).

Michael Foreman. Amigos (Friends, 2012). Madrid: Lata de sal, 2012; 32 pp.; col. Gatos; trad. de Susana Collazo Rodríguez; ISBN: 978-84-940584-3-1
Marie-Louise Gay. Caramba (2005). Madrid: Lata de sal, 2013; 32 pp.; col. Gatos; trad. de Susana Collazo Rodríguez; ISBN: 978-84-940584-9-3.
Tomi Ungerer. Flix (1997). Barcelona: Ekaré, 2013; 30 pp.; trad. de Carmen Diana Dearden; ISBN: 978-84-939912-7.
Maggie Maino. Tú y yo (2013). Barcelona: Ekaré, 2013; 32 pp.; ISBN: 978-84-940256-7-9.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Comentario y entrevista

Comentario y entrevista sobre Gramática de la gratitud en Suma Cultural.

Las emociones ficcionales y la vida real (1)

Habla Eva Illouz en Por qué duele el amor de la fantasía institucionalizada de las relaciones amorosas que hay hoy en nuestra sociedad, es decir, de todas esas fantasías guionadas o prefabricadas por la cultura de masas que imaginan el amor como un relato, un suceso y una emoción, y que hacen del anhelo fantasioso su condición perpetua.

Con esa fantasía institucionalizada, dice, se incitan y promueven activamente, como nunca se había hecho antes, representaciones visuales de relatos acerca de cuál es la vida deseable, y se activa de modo poderoso la imaginación utópica en el ámbito de la vida privada. Ese amor, o esos anhelos fantasiosos de amor, bien conocidos por los novelistas ya desde Flaubert, se estructuraban antes por medio del lenguaje, de tramas y secuencias narrativas, y de «ciertas imágenes mentales como la luz de la luna, el paisaje bucólico o los encuentros apasionados»: se puede decir que «la característica eminentemente moderna de este tipo de amor es su naturaleza anticipativa».

Pero todo eso se ha visto alterado con el impacto de las nuevas tecnologías de la comunicación, pues «el cine perfecciona las técnicas de identificación con el personaje, las imágenes de una vida cotidiana organizada en marcos estéticos, la exploración de escenas visuales y conductas desconocidas», con lo que se ha producido una gran «ampliación de las imaginaciones sobre las propias aspiraciones» y de cómo poder llegar a darles forma. Es decir, «las emociones anticipativas y ficcionales vinculan la vida emocional con la vida real de ciertos modos específicos», en primer lugar porque dan una forma propia a la vida emocional personal y porque afectan a las percepciones individuales sobre la vida cotidiana.

Eva Illouz. Por qué duele el amor. Una explicación sociológica (Why Love Hurts. A Sociological Explanation, 2011). Madrid: Katz, 2012; 364 pp.; serie Ensayos; trad. de María Victoria Rodil; ISBN: 978-84-92946-47-1.

sábado, 2 de noviembre de 2013

“Cometer un soneto, emitir artículos”

En «Arte de injuriar» habla Borges de algunas tradiciones satíricas. Una es la de combinar palabras áridas con otras efusivas como usar «verbos burocráticos o tenderos» para hablar de la obra de un artista, como despachar o expender una obra. Otra es «la inversión incondicional de los términos», como decir que «la película era muy ingeniosa según me dijeron cuando desperté». Otra es la del cambio final brusco, como decir de alguien que «es un sacerdote de la Belleza, un verdadero artista, un imbécil». Otra más es la simulación de que a uno le apenan los errores del adversario, como indicar que, «lamentablemente, su historia es copiosa como un mamotreto». Luego están las enumeraciones donde unas palabras contaminan a otras: «un tonto, un lord, un abogado, un rufián…» Y las parodias de los insultos, como decir que «su esposa, bajo pretexto de trabajar en un lupanar, se dedica al contrabando» o como indicar que «Fulano deshonraría el patíbulo».

Jorge Luis Borges. «Arte de injuriar» (1933), en Ficcionario. Una antología de sus textos (1985). Edición, introducción, prólogos y notas por Emir Rodríguez Monegal. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1997, 2ª reimpr.; 483 pp.; col. Tierra Firme; ISBN: 968-16-2028-3.

viernes, 1 de noviembre de 2013

La importancia de las formas

Otra novela que tenía en mis listas desde hace tiempo y que he leído ahora: El rector de Justin, de Louis Auchincloss. Es una biografía de un personaje ficticio: el clérigo episcopaliano Francis Prescott, fundador y durante muchos años director de un selectísimo internado masculino  norteamericano, San Justin Martyr. Es magnífica la forma en que se despliega la vida de Prescott: primero, a través del diario de Brian Aspinwall, un novato profesor de Justin que se gana la confianza de Prescott y de su esposa; luego, cuando un viejo amigo de Prescott, Horace Havistock, le hace llegar a Brian unos folios que había escrito él hacía tiempo; después, alternándose con el diario de Brian, los testimonios de algunos exalumnos y de una hija de Prescott. El retrato del personaje queda completo —tanto su excepcionalidad humana como las debilidades que se ocultaban bajo su enorme autoridad moral ante muchos— y, con él, van apareciendo en el libro consideraciones variadas de interés.

Así, pinceladas como esta, que da un antiguo alumno sobre su madre: «Amaba a la humanidad, pero miraba con una benevolencia nebulosa, algo hastiada, a sus ejemplares concretos, incluso cuando ese ejemplar resultaba ser su hijo mayor. Papá era rígido e irritante, pero al menos se preocupaba». O, en relación a la educación, este diálogo entre Prescott y Brian cuando, ya jubilado Prescott, pasean por el colegio, ven entrar caóticamente a los chicos en el comedor, y Brian comenta:

«—Supongo que, pese a todo, se las arreglan para entrar en el comedor —dije, algo perplejo.
—Claro que entran, pero ¿acaso las formas no significan nada para ti? Cuando hayas sido profesor tanto tiempo como yo, sabrás que las formas son las tres cuartas partes de la batalla. —Desclavó su bastón—. ¡No! ¡Nueve décimas partes!
—Me sorprende escuchar eso de alguien tan preocupado por lo esencial.
—Oh, ya lo sé, piensas que soy un viejo quisquilloso —farfulló, enfadado, mientras seguía caminando—. Pero eso es sólo porque resulta que soy viejo. Si fuera veinte años más joven y dijera lo mismo, la gente diría que soy profundo. Ésa es la maldición de ser viejo».

Louis Auchincloss. El rector de Justin (The rector of Justin, 1964). Barcelona: Libros del Asteroide, 2010; 388 pp.; trad. de Ignacio Peyró; ISBN: 978-84-92663-25-5.