sábado, 11 de mayo de 2013

Nuestra moderna desgracia

Los demonios es, dice Joseph Frank, una enciclopedia de la cultura decimonónica rusa presentada por medio de un filtro satírico. Dostoievski la escribió en Dresde impresionado por la noticia del crimen que, por motivos ideológicos, cometió Necháyev al asesinar a un compañero de su misma célula revolucionaria. El autor deseaba mostrar los males moral-espirituales que afligían a la cultura rusa y que, tal como él lo veía, llegaban a su clímax cuando se sumaban el nihilismo de Nechayev y sus cómplices con el enfrentamiento entre generaciones que había retratado Turguénev en Padres e hijos.

La acción se desarrolla en una ciudad provinciana. El narrador es un observador pero también un participante con lo que así puede alternar la intensidad de algunas escenas dramáticas en las que interviene con los comentarios generales propios de un cronista. Los personajes principales son Stepan Trofimovich —que, como Versílov en El adolescente, representa los liberales de la década de 1840—, y su hijo Piotr Verkhovensky, un joven revolucionario que teje una red de conspiradores; Varvara Stavrogina y su hijo Nikolai, cuyo tutor fue Stepan, y a quien cabe considerar el protagonista principal de la novela porque, aunque no está en el primer plano, es quien la domina tanto por sus dotes humanas como por su perversidad moral.

Dice Frank que la vastedad del panorama que presenta el autor, la brillante ferocidad de su ingenio, el poder profético y la visión de su sátira, su capacidad de encarnar en personajes vivos las cuestiones filosófico-morales y las ideas sociales más profundas y complejas, son factores que se suman para que esta obra sea, tal vez, la más deslumbrante de sus creaciones. «Es un drama histórico-simbólico sin precedente, que pretende abarcar todas las fuerzas de la cultura rusa del siglo XIX hasta su momento»; es, también, un «retrato asombrosamente profético de los dilemas morales y de las posibilidades de traicionar los más altos principios, que han continuado obsesionando al ideal revolucionario desde los días de Dostoievski hasta (aun más espectacularmente) los nuestros». Dan idea de su acierto permanente notas como las que, tiempo atrás, titulé Puñado de sandios y El secreto.

De la intención que tuvo Dostoievski habla él mismo en «Una de las mentiras actuales», un texto de 1873 contenido en Diario de un escritor, donde dice: «En mi novela Los demonios he intentado reflejar distintos motivos, según los cuales, incluso los de corazón más puro y los más ingenuos pueden ser involucrados en una maldad tan monstruosa. Precisamente en eso consiste todo el horror: ¡en nuestro país es posible cometer la acción más infame y repugnante sin ser un malvado! Y no sólo en nuestro país, es así en todo el mundo, desde el principio de los siglos, en los tiempos de transición, en los tiempos de revoluciones en la vida de la gente, de dudas y negaciones, del escepticismo y de la inestabilidad sobre las fundamentales convicciones sociales. Pero en nuestro país es más factible que en cualquier otra parte, y este es el rasgo más enfermizo y triste del tiempo presente. En la posibilidad de no considerarse, y a veces casi sin ser realmente un infame, a pesar de haber cometido una villanía evidente e indiscutible, ¡en esto está nuestra moderna desgracia!».

Fiódor Dostoievski. Los demonios (Бесы, 1871-1872). Madrid: Alianza, 2002; dos volúmenes, 869 pp.; col. El libro de bolsillo; introducción y trad. de Juan López-Morillas; ISBN: 84-206-3783-1.